• Realismo ficticio.
Los paisajes imaginarios que definiremos como “realismo ficticio” se caracterizan por el uso de abundante documentación paralela, detalle y precisión en su contenido: El Señor de los Anillos, Las Crónicas de Narnia, La Era Hyborea de Conan, Italo Calvino y Las Ciudades Invisibles, Edgar Rice Burroughs en Tarzan, Arthur Conan Doyle y El Mundo Perdido,...
El paisaje centroeuropeo que alimenta las obras de fantasía épica como El Señor de los Anillos o las Crónicas de Narnia bebe directamente de ese paisaje mitificado no humanizado, los bosques vírgenes del norte de Europa, de Alemania, las Islas Británicas y el norte de Francia que la cultura celta pobló y convirtió en su centro de culto mediante las figuras de los druidas.
En su mayoría, los autores de literatura fantástica “tolkieniana” son anglosajones que toman como referencias paisajísticas las densas arboledas británicas y centroeuropeas, abundantes en olmos y en . Esta referencia habitual ha convertido estos bosques en los refugios genéricos de las hadas y los gnomos y las criaturas feéricas para cualquier literatura, sea cual sea su origen. Incluso el sátiro, criatura mágica de origen eminentemente latino y mediterráneo se ha mudado de los bosques de pinos, robles y encinas a los bosques típicamente centroeuropeos.
A diferencia de la literatura de fantasía desbordada, donde las descripciones del paisaje son metáforas formales y simplemente inciden en la forma y los colores...
“Era medianoche, y en las copas de los viejísimos y gigantescos árboles rugía un viento tempestuoso. Los troncos, gruesos como torres, rechinaban y gemían”. (La Historia Interminable, Fantasía en Peligro pag. 15)
... la literatura fantástica del realismo ficticio no escatima en detalles, y pretende identificar cada elemento presente en la narración con un nombre, unas características específicas y unos datos concretos que no sólo nos lo identifiquen, sino que por su propio nombre (y al reconocer de lo que nos están hablando) obviemos la descripción.
"Unos abedules de follaje escaso, que la brisa movía allá arriba, eran como una trama negra contra el cielo pálido". (El Señor de los Anillos I, La Compañía del Anillo, cap.3 Tres es Compañía pag.56)
"No crecía allí ningún árbol; sólo pastos duros y muchas plantas altas: gruesos abetos marchitos, perejil silvestre, maleza reseca que se deshacía en ceniza blanca, ortigas y cardos exuberantes". (El Señor de los Anillos I, La Compañía del Anillo, cap.6 El Bosque Viejo pag.89)
Este tipo de literatura fantástica, nacida sobretodo al abrigo de la cultura anglosajona, bebe mucho de la cultura del romanticismo que inundó Europa (y principalmente Inglaterra, Francia y Alemania) a finales del siglo XVIII. Un movimiento destacado, entre otros aspectos, por su voluntad de recuperar las raíces, la evocación del pasado, una fuerte tendencia nacionalista y una manera de sentir y concebir la naturaleza.
Y es que el romanticismo promovió la exaltación de lo instintivo y sentimental, venerando y buscando tanto las historias fantásticas como la superstición, que los ilustrados y neoclásicos ridiculizaban.
Así, es lógico entender que las referencias a paisajes centroeuropeos (bosques de vegetación frondosa, por ejemplo) sean las más habituales, así como la profunda influencia de los mitos nórdicos (las raíces a las que hemos hecho referencia, por las invasiones normandas y danesas a Normandía y a los sajones de Inglaterra).
Un autor romántico como Walter Scott, autor de Ivanhoe y creador del género de novela histórica moderna con sus ficciones sobre la Edad Media inglesa, influirá profundamente en la nueva literatura fantástica épica de “capa y espada”.
- La Tierra Media (El Señor de los Anillos).
"Duro, cruel y áspero era el paisaje que se mostró a los ojos del hobbit. A sus pies, la cresta más alta se precipitaba en riscos enormes y escarpados a un valle sombrío; y del otro lado asomaba una cresta mucho más baja, de bordes mellados y dentados y rocas puntiagudas que a la luz roja del fondo parecían colmillos negros: era el siniestro Morgai, la más interior de las empalizadas naturales que defendían el país.
Las cercanías de Mordor al pie de las montañas occidentales eran una tierra moribunda, pero aún no estaba muerta. Y aquí crecía alguna vegetación, áspera, retorcida, amarga, que trataba de sobrevivir. En las cañadas del Morgai, del otro lado del valle, se aferraban al suelo unos árboles bajos y achaparrados, matorrales de hierba grises luchaban con las piedras, y liqúenes resecos se enroscaban en los matorrales, y grandes marañas de zarzas retorcidas crecían por doquier". (El Señor de los Anillos, El Retorno del Rey, Libro 6, Capítulo 2, El País de la Sombra)
El gran mérito de la obra de Tolkien es, sin duda alguna, la creación de un nuevo mundo, al que bautizó como Tierra Media. Con El Señor de los Anillos el autor británico consiguió unir la trama de aventuras con el ejercicio de creación que llevaba años desarrollando, y que le había llevado a generar verdaderas montañas de documentación relativa a este extraño mundo poblado de hobbits, elfos y orcos, desde el idioma hasta la geografía, pasando por la flora y la fauna... y solamente una pequeña parte publicada (por su hijo Christopher Tolkien).
Es sabido que en el descomunal apéndice de El Señor de los Anillos (cerca de doscientas páginas) Tolkien ofrece los alfabetos, fonética y reglas gramaticales de los idiomas inventados que introduce en su obra, referencias geográficas de los lugares fantásticos que aparecen en su narración, e incluso los árboles genealógicos de las casas nobles que protagonizan las aventuras.
El Señor de los Anillos transcurre durante la Tercera Edad de esta tierra, y el final de la obra coincide con el final de esta época. Es un territorio totalmente fantástico, descrito con todo lujo de detalles y acompañado de mapas, que nos hace sentir como si, en verdad, los lugares que se mencionan en la obra existieran en algún remoto lugar de nuestro planeta.
En la Tierra Media conviven razas muy diferentes y distintos tipos de vegetación, totalmente desconocidos para nosotros. La portentosa imaginación de este autor ha permitido crear razas y paisajes que, a pesar de saber que no existen, desearíamos conocer y admirar. Por eso, al terminar El Señor..., sentimos la necesidad de saber más acerca de todo lo que puebla la Tierra Media, y recurrimos al resto de las obras de Tolkien para obtener más información.
Los habitantes de la Tierra Media conviven en perfecta armonía con la naturaleza. Cada uno a su manera, forma parte de un hábitat de gran equilibrio; los seres respetan la naturaleza y ésta les ofrece su protección. Así, los Hobbits representarían a la Huerta; los Enanos, a la Montaña; los Hombres, a los Caminos, y los Elfos, al Bosque. Lothlórien, el Bosque de Oro, es el mejor ejemplo para describir esta armonía. Lórien es un paraíso; en esta tierra el tiempo pierde su continuidad. Los mallorns, árboles que lo pueblan, dan su protección a los Elfos sirviéndoles de casa. Cuando los protagonistas de la obra abandonan el bosque, el lector parece despertar de un sueño que ha durado unos cuantos capítulos, como si también hubiera perdido la noción del tiempo. Y siente, en cierto modo, tristeza por abandonar tan espléndida tierra y los personajes que en ella quedan (como Galadriel).
Pero no todo es bondad en la naturaleza de la Tierra Media. El Bosque Viejo, por ejemplo, casi deja sin aire a los cuatro pequeños hobbits, que lo único que querían era atravesarlo lo más rápido posible. Parecía como si las ramas de los árboles se fueran cerrando para impedir el paso de los caminantes, provocándoles una sensación de ahogo y miedo que jamás olvidarían.
Ejemplo de la degradación que provoca el paso del tiempo son las Minas de Moria. En el momento en que los Enanos realizaron las excavaciones, Moria era un lugar de paso donde abundaba la riqueza. Yacimientos de mithril (un equivalente de la mitología tolkieniana a la plata) y oro poblaban las minas, y multitud de Enanos trabajaban en ellas en perfecta armonía con sus compañeros. Ahora Moria se ha convertido en un laberinto que sirve de refugio para orcos, y el sólo hecho de entrar allí supone muchas posibilidades de no salir nunca más.
También la climatología juega un papel importante en la obra, para bien y para mal. Los cambios de ambiente se suceden según transcurren los hechos. Así, por ejemplo, durante la batalla en Minas Tirith, en el reino de Gondor, la oscuridad invade la ciudad y todos los alrededores. Sin embargo, cuando las cosas empiezan a favorecernos, el viento cambia, empujando las naves que remontan el río y llevándose la nube negra que ocultaba el sol. Otro pasaje importante es el intento de escalar la montaña del Caradhras. La Comunidad del Anillo al completo se ve casi sepultada por una enorme tormenta de nieve, que parecía decirles que el Señor Oscuro les estaba vigilando. Se vieron obligados a retroceder, escarbando en la nieve, hasta dar un enorme rodeo que pasaba por la temida Moria.
¿Dónde está la Tierra Media? Según algunos teóricos el origen de la palabra Middle Earth está en la expresión noruega Midgard, que indicaba el "centro del mundo", como en casi todas las lenguas antiguas; pensemos en Delfos, "ombligo del mundo", o en China, Imperio del Medio. La llamada Tierra Media es, pues, nuestra Tierra, si bien, según las palabras de Tolkien, "la acción se ha situado en un periodo de antigüedad puramente imaginaria (aunque no completamente imposible), en el cual la forma de las masas continentales era completamente distinta".
El estudio detenido de la serie de La Historia de la Tierra Media, editada por Christopher Tolkien, nos ofrece una visión mucho más amplia de la obra de su padre (y de su incidencia sobre el concepto de paisaje de la Tierra Media).
domingo, 6 de julio de 2008
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