Puerto Losire es una ciudad abierta, centro de atracción y confluencia de una heterogénea muchedumbre de hombres, mercancías y negocios, puerto y puerta del Norte. Pero toda ciudad que quiera mantener su seguridad y su integridad a salvo, por muy abierta que sea, debe protegerse de las amenazas exteriores.
Las murallas la guardan celosamente del exterior, y por encima de ellas se divisan las espadañas y las cientos de torres de los palacios y los templos, entre los que destaca la torre de la Ciudadela. Es, por antonomasia, la Ciudadela y ninguna torre de ninguna ciudad la iguala en altura, belleza y equilibrio.
Las campanas de las dos torres que flanquean el puerto repican a fiesta por el regreso de los barcos y galeones de la ciudad después de misiones de guerra, doblan a duelo por la muerte de un gobernador o alguna personalidad importante, anuncian nacimientos y victorias militares, llaman a socorro contra el fuego y dan la alarma si los corsarios amenazan las costas cercanas. Todos los vecinos, desde casi cualquier rincón de la ciudad, escuchan e interpretan sus sonidos y repiques.
Desde lo más alto de la Ciudadela se contempla también la trama urbana de la ciudad. El trazado irregular, sinuoso y estrecho de las calles de alguno de sus barrios contrasta con las manzanas anchas y las calles regulares del barrio de los Templos. En ambas tramas las calles están jerarquizadas; unas formaban el corazón comercial y social, muy concurridas, pensadas para negociar, conversar, detenerse y convivir, mientras que otras son sólo de paso, de calma y silencio,... aunque andar por ellas es incómodo, difícil e inseguro. Muchas están mal pavimentadas y aunque algunas se empedran, se deterioran por la circulación de carros y animales. Y por la mala higiene.
Desde la cima de la Ciudadela se domina también la redondez aparente del perímetro urbano, dibujado por la muralla que guarda los barrios más pudientes y desanima a los ejércitos extranjeros. Mejor cercada que cualquier otra ciudad del mundo conocido, su muralla, un cinturón de seis kilómetros de longitud con cien torres y una docena de puertas con sus nombres, es alta, soberbia, ancha y fuerte. La altura difiere un tanto de unos tramos a otros aunque guarda una gran homogeneidad, y en algunos puntos alcanza una altura superior a los diez metros y un espesor de más de cuatro.
Cada recodo del recinto está repleto de historias semilegendarias que le dan vida y personalidad.
Desde siempre, una de las principales prioridades de toda criatura ha sido proteger su morada de los peligros que la amenazan. La mayoría de urbes han planteado desde su fundación algún tipo de protección para resistir los asaltos de los forasteros: fosos, empalizadas, muros y murallas, cada vez más altas y robustas. Son defensas añadidas por las poblaciones a su posición natural, en lo alto de una colina o en el meandro de un río, en la utópica tentativa de erigir algo de verdad inquebrantable e inexpugnable.
Las murallas resultan casi circunstanciales a la mayoría de los pueblos y aldeas de los Reinos Brillantes, tanto si se encuentran en el llano como en lugares altos o elevados, aunque en las ciudades más importantes son esenciales, consustanciales y parte de su propia estructura urbana. La técnica de construcción de estas murallas varía considerablemente, pero siempre dentro de unos parámetros más o menos uniformes. Y es que las murallas son a la vez sinónimo de fuerza y debilidad. Cuando una ciudad está en la cima de su esplendor no suele necesitar amurallar su perímetro y la fuerza de sus ejércitos suele bastar para mantenerla a salvo. Sin embargo, cuando los enemigos se multiplican y sus fuerzas crecen los habitantes de la ciudad confían más en la habilidad de sus albañiles que en sus caudillos militares. Sin embargo, el simple hecho de disponer de colosales paredes defensivas no garantiza el sosiego de sus moradores a los que protege si no viene apoyada por un ejército que la patrulle y que la defienda. La guerra ha evolucionado lo suficiente en los Reinos Brillantes como para que ninguna muralla sea lo suficientemente sólida, alta y gruesa como para resistir a los embates de los asedios y los artilugios mecánicos que los ingenieros militares han ideado para hacerlas caer. O a la pólvora, mágica mezcla que los alquimistas han obtenido recientemente y que ha cambiado sustancialmente el futuro del arte de la guerra. Efectivamente, al empezar a extenderse el uso de la pólvora los cercos se han revelado menos eficaces y ya no es toda una hazaña arrasar una muralla bien vigilada pese a disponer de arietes, catapultas o torres de asedio.
Los muros más frecuentes en las murallas son los de mampostería de piedra, construidos con piedras o sillares más o menos regulares, que conforman dos paramentos, uno exterior, formado por piedras de mayores dimensiones, puesto que es el que debe soportar el ataque directo de los enemigos, y otro interior, construido por lo general con piedras más pequeñas, aunque en ocasiones pueden tener las mismas dimensiones que las del exterior, con el espacio intermedio, de anchura variable, relleno de tierra y piedra. Cuando las piedras que conforman ambos paramentos no son muy regulares, se suelen incluir entre ellas otras más pequeñas, a manera de cuñas, que las calzan y dan mayor solidez a todo el conjunto.
Pero estos paramentos pueden ser también, no obstante, de otros tipos. Los principales son dos: los ciclópeos y los poligonales. Frente a la solidez y el primitivismo de los muros ciclópeos, se alza el perfeccionismo detallista de los poligonales, y la monótona repetición de los paramentos de mampuestos más o menos regulares.
Los primeros, de aspecto rústico y primitivo, están compuestos por grandes piedras sin trabajar, o tan sólo ligeramente desbastadas, que en ocasiones pueden ser de enormes dimensiones.
La característica principal del segundo es que los sillares presentan entrantes y salientes que los hacen trabar fuertemente entre sí, de manera que cada sillar resulta adecuado exclusivamente para el lugar que ocupa y para su relación con los adyacentes, todo lo cual debía contribuir considerablemente a reforzar la solidez de la muralla. Este tipo de construcción ha sido muy utilizado, tanto para muros defensivos como de aterrazamiento y contención, ya que lo sólido de su trabazón le permite soportar fuertes cargas y empujes.
Tipos de muralla.
- Muralla diafragma: Es un intento de compartimentar una fortificación por medio de aislar uno de los elementos decisivos como la torre del homenaje del resto de la fortificación a través de una muralla interior con adarve. Con ello se aumentaba la capacidad de resistencia de la fortaleza en caso de ser invadida.
- Muralla en zigzag: También llamadas murallas de dientes de sierra o en cremallera, son murallas dispuestas en zigzag con el objetivo de conseguir el flanqueo sin necesidad de torres.
- Muralla escudo: Lienzo de muralla potente y alto que se coloca delante de la entrada a un recinto fortificado mucho más débil al que protege.
- Muralla engrosada: Aquella muralla que se ha visto reforzada aumentando su grosor ya sea desde un paramento u otro por causas de desplome, de agresión manifiesta o para corregir un defecto en su construcción.
- Coracha: Muralla perpendicular al recinto, recta o en zig zag, que acaba en una torre y cubre un punto esencial para la defensa o el aprovisionamiento.
- Falsabraga: Muralla más baja que la principal y que se levanta frente a ella.
Partes de la muralla.
Las murallas convencionales presentan un cuerpo principal con una base, un tronco y una coronación, y en ocasiones también una excavación profunda que la rodea siguiendo su perímetro llamada foso o cava. Suelen adaptarse a las curvas de nivel del terreno en el que se asientan, aunque cuando es necesario pueden llegar a salvar grandes desniveles.
La base, siempre sólida y firme para asegurar la estabilidad de la muralla en su encuentro con el suelo, debe ser resistente a los embates de las fuerzas agresoras y de cimientos fuertes que no cedan a incursiones subterráneas o en mina. En ocasiones la base puede presentar una desviación de la vertical de la cara frontal en forma de talud en la zona baja de la muralla, llamada alambor, para reforzarla, mantener a distancia a las máquinas de asalto, provocar el rebote de los proyectiles y reducir los ángulos muertos.
El tronco de la muralla puede ser macizo y sólido o practicable. En este segundo caso puede incorporar una galería interna provista de posiciones de tiro hacia el exterior mediante saeteras llamada cortina de circunvalación. Y este estrecho pasadizo, a su vez, puede estar protegido por trampas como la haha, un pequeño foso que corta inesperadamente el pasadizo y que habitualmente está cubierto por tablones, que se retiran todos o en parte cuando las circunstancias lo aconsejan.
La coronación de la muralla suele estar compuesta por un parapeto, un paradós y un camino de ronda o adarve, normalmente al descubierto, y destinado a facilitar la defensa y el desplazamiento de los combatientes. Este ancho paso de ronda está protegido por almenas, cada una de las piedras rectangulares que, a modo de dientes, rematan los muros de una fortaleza y que con los merlones, los huecos entre almena y almena, forman la coronación de la muralla.
A lo largo de la muralla se disponen varias torres, definiendo un ritmo particular de lienzos y torres de todo tipo: albacaras (recinto amurallado con la misión de resguardar ganados, población del entorno y tropas en tránsito, en ocasiones contiguo a la fortificación y con accesos a ella a través de la liza), baluartes (fortificación de figura pentagonal que sobresale del muro exterior al objeto de permitir a la guarnición disponer de ángulos de tiro que cubran todos los puntos por los que pueda atacar el enemigo), barbacanas (construcción adelantada para proteger una puerta o el acceso a un puente y, en general, galería saliente en la parte superior de la muralla), garitas (torrecilla con ventanas largas y estrechas, que se coloca en puntos salientes de las fortificaciones para abrigo y defensa de los centinelas),... Las mismas torres sirven de plataforma para los arqueros, ballesteros u honderos, pero no debemos ignorar que cuantas más torres para ocupar en la defensa total del perímetro de la ciudad y una mayor extensión de formidables murallas también supone un enorme problema para las tropas que protegen la ciudad, ya que cubrirlas con la suficiente cantidad de gente y con suficientes proyectiles para arrojar sería una de las mayores preocupaciones de los caudillos de las fuerzas defensivas.
El foso es una zanja profunda construida alrededor del castillo para dificultar su acceso. Se puede llenar de agua, y ofrece cierta seguridad ante las agresiones, pues es un peligro para los atacantes tanto si está lleno como si está vacío y los ejércitos agresores deben primero secar las zanjas y luego rellenar parte de ellas para poder acceder con sus torres de asalto y con sus escaleras. Y la única manera de cruzar esta fosa solía ser el puente levadizo de las puertas, unas estructuras de madera móviles que podían ser levantadas o bajadas a conveniencia de los responsables de la muralla mediante un conjunto de cadenas y poleas. El espacio más o menos ancho que uno encuentra nada más atravesar el puente levadizo, a derecha e izquierda, entre la muralla que rodea el castillo y el edificio se conoce como liza.
Toda muralla suele tener uno o varios accesos en forma de puertas, aunque no acostumbran puntos débiles de la fortificación puesto que se cierran con el peine o rastrillo, una verja de hierro de movimiento vertical que defiende la entrada de un castillo y que cuando los travesaños verticales descienden sin traba horizontal, independientemente, para evitar que un obstáculo puntual impida la bajada del conjunto del peine se conoce como órgano. Por encima, como protección, se abren las buhedera, una abertura practicada en el techo de una entrada por la que se arrojaba agua, aceite o proyectiles.
Para cruzar las murallas, y además de las puertas, también hay poternas, puertas falsas o disimuladas que permiten acceder al interior del recinto en situaciones de asedio o de discreción. Y puertas secretas o pasadizos convenientemente camuflados abiertos, en ocasiones, por delincuentes, contrabandistas o mercaderes avispados. En realidad una muralla no es nunca la garantía de un cierre estanco.
Y si la muralla es especialmente importante para la configuración de la imagen de la ciudad desde el exterior, no ocurre lo mismo desde el interior, ya que aquí con frecuencia queda total o parcialmente oculta por una serie de casas que se le adosan, y que al tiempo que utilizan su cara interior como pared posterior le sirven de refuerzo y, posiblemente, también como parte del camino de ronda.
Construcción de murallas.
Cuando se hayan elegido terrenos fértiles para la alimentación de la ciudad, cuando se logre un transporte fácil hacia las murallas bien mediante caminos protegidos, o bien por la situación ventajosa de los ríos, o bien por puertos de transporte marítimo, entonces deben excavarse los cimientos de las torres y murallas, de modo que se ahonde en tierra firme, si se puede encontrar, y con una profundidad que guarde relación con la magnitud de la construcción, siempre de un modo razonable; su grosor será más ancho que el de las paredes que se vayan a levantar sobre tierra y la cavidad que quede se rellenara con un compuesto lo más sólido y consistente posible. Igualmente, las torres deben elevarse por encima de los muros, con el fin de que desde las torres, a derecha y a izquierda, los enemigos puedan ser heridos desde ambos lados con armas arrojadizas, cuando intenten acercarse violentamente a la muralla. Sobre todo, debe ponerse la máxima precaución en que el acceso para asaltar el muro sea difícil; se ha de pensar la manera de rodear el perímetro con precipicios de forma que los corredores hacia los portalones no sean directos, sino orientados hacia la izquierda. Si se realizan de este modo, el lado derecho de quienes se acerquen, al no estar protegido por el escudo, quedará al descubierto. Las fortalezas no deben tener forma rectangular, ni tampoco ángulos salientes, sino que su forma será circular, con el fin de observar al enemigo desde distintos puntos. Las torres construidas con ángulos salientes son difíciles de defender, pues tales ángulos protegen más y mejor al enemigo que al habitante de la fortaleza.
El grosor de la muralla debe alcanzar tal anchura que al encontrarse hombres armados, por la parte superior, puedan adelantarse unos a otros sin ninguna dificultad. Así pues, tanto la muralla como los cimientos y - todas las paredes que se vayan a levantar, tendrán la anchura del muro. Las distancias entre las torres deben establecerse teniendo en cuenta que no estén tan alejadas una de otra que no puedan alcanzarse por una flecha, con el fin de que si una torre es atacada, sea posible rechazar a los enemigos desde las otras torres, que quedan a derecha e izquierda, mediante escorpiones u otra clase de armas arrojadizas. Frente a la parte más interior de las torres, deben abrirse en el muro unos espacios a intervalos, que sean equivalentes a la anchura de las torres, de modo que los accesos, entre las partes interiores de las torres, queden enlazados con planchas de madera y no de hierro. Así, si el enemigo se apoderara de alguna parte de la muralla, los defensores cortarán la madera y, si lo hacen rápidamente, impedirán que el enemigo penetre en las otras partes de las torres y de la muralla, salvo que éste decida lanzarse al precipicio.
Las torres de la muralla deben ser redondas o poligonales, pues si son cuadradas las máquinas de guerra las destruyen con toda facilidad, ya que los arietes rompen sus ángulos con sus golpes; pero si son circulares, con piedras en forma de cuña, aunque golpeen su parte central no pueden dañarlas. Las fortificaciones del muro y de las torres resultan mucho más seguras y eficientes si las amplificamos con toda suerte de materiales, de tierra de relleno, pues ni los arietes, ni las minas, ni las máquinas de guerra son capaces de dañarlas. No debe utilizarse tierra de relleno en cualquier lugar, sino únicamente en lugares que estén dominados por algún montículo por el exterior desde donde, con toda facilidad, hubiera acceso para atacar las murallas. En tales lugares deben cavarse unas fosas que tengan la mayor anchura y profundidad posible; posteriormente se excavarán los cimientos de la muralla dentro de la cavidad de la fosa, con una anchura suficiente para soportar sin dificultad toda la presión de la tierra.
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