viernes, 28 de septiembre de 2007

El arte de escribir. La claridad

Para alcanzar la claridad en un escrito nos ayudará, en primer lugar, la concisión. Un estilo conciso será aquel que se esmere en utilizar el menor número de palabras para expresar una idea con la mayor exactitud posible. Concisión implica densidad (y no brevedad), y lo contrario sería la vaguedad, la imprecisión, el exceso de palabras y de retórica.
Otra cuestión importante para alcanzar la claridad es la forma oral de la escritura. Un truco que viene bien a la hora de escribir es imaginarse que se tiene al lector delante, e intentar acoplar los aspectos del lenguaje no verbal (una mirada afable, un golpecito afectuoso, un gesto de advertencia, una sacudida de manos...) al discurso por medio de las palabras, del tono, del contenido. Hemos de tener presente que el lenguaje escrito se debe aproximar bastante -más de lo que pensamos- al lenguaje oral.
Otra de las cualidades que ayudarán a que un escrito sea claro: la simplicidad. Algo, de nuevo, que parece fácil de conseguir, y que sin embargo se convierte en una ardua tarea cuando nos han enseñado toda la vida a lo contrario: a complicar las cosas. Lo que ocurre en verdad, es que un buen científico, un buen filósofo, un buen economista o un buen juez no tienen por qué ser necesariamente buenos redactores o buenos escritores; es más, raramente se da ese caso. Ahora bien, cuando coinciden en una persona las dos aptitudes, el contenido de lo que escriba será mucho más asimilable para cualquier lector, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Esa falta de aptitud (y de ingenio) para la escritura de muchas de las personas que han escrito y escriben (en el campo científico, lingüístico, didáctico, empresarial o periodístico) ha sido claramente nocivo para toda persona que desea expresarse por escrito lo mejor posible, pues si hemos leído mucho de quienes escribían bien, también llevamos el lastre de los que lo hacían mal, por medio de complejas abstracciones difíciles de descifrar, y que son los que han propiciado el tópico -que permanece en el inconsciente colectivo- de que cuanto más confuso y retorcido es un texto, mayor profundidad tiene y mejor escrito está.

Las Características del Discurso.
A continuación vamos a ver brevemente algunas de las características que ha de cumplir el discurso para que resulte claro para el lector:

• Totalidad: hay que tener en cuenta que cada palabra, cada frase, cada párrafo de un texto va a estar en función del resto y, así como no podemos hacer gran cosa con un solo ladrillo si no lo juntamos con otros para construir una casa, un párrafo dentro de un escrito (por muy afortunado que sea) sólo nos dirá algo en función de los demás. Esto quiere decir que quien escribe, a la hora de incluir o desechar una palabra o una expresión ha de tener en cuenta las anteriores, pues no se pueden entender de forma aislada, sino que es precisamente la red de conexiones entre ellas la que aportará el significado al texto.

• Comprensibilidad: otra de las características que marca al discurso es que va dirigido a un lector, por lo que forma parte de un acto de comunicación. Y eso debe reflejarse en la forma del texto. El que redacta desea plasmar por escrito aquello en lo que quiere hacerse entender. El discurso ha de ser, por su misma esencia, comprensible. Tener en la mente que aquello que estamos escribiendo tiene un destinatario (sea del tipo que sea) siempre ayudará a poner los ladrillos del discurso. Y tener al otro lado de nuestras líneas a alguien con capacidad de análisis y comprensión (limitadas, eso sí: ningún lector es adivino) pondrá frenos a nuestro discurso, pero también le ofrecerá múltiples posibilidades.

• Lenguaje escrito: no es lo mismo contarle algo a alguien en una cafetería que escribir. Otra de las características de las que no se escapará el discurso es su calidad de lenguaje escrito. Hay que saber utilizar, sin embargo, las estrategias que sólo la escritura ofrece, y que llevarán a que un texto pueda resultar más claro y convincente aún que si se tratara el tema en charla espontánea.
Hay que tener también en cuenta que el tiempo siempre actúa en favor del escritor. Cuanto más tiempo se le dedique a ordenar y clarificar un escrito, más éxito tendrá cuando sea leído. El lector no sabe que uno se ha pasado horas y horas tachando y rescribiendo, sino que aquello le parece salido de la chistera de un mago, porque el tiempo que él tarda en leerlo no es proporcional al tiempo que uno puede dedicar a pulirlo.

• Continuidad: la última característica del discurso que me interesa señalar aquí es su forma continua. Así como un cuadro lo podemos abarcar en un solo golpe de vista, y el pintor tiene eso en cuenta a la hora de utilizar los recursos pictóricos, un texto exige un avance. En un escrito, sin embargo, el avance es desde la primera línea hasta la última. Por tanto, el escritor ha de tener en cuenta, a la hora de construir su discurso, que el lector sólo tendrá la concepción final de totalidad cuando haya terminado de leer el texto, y que hasta ese momento ha de ser guiado y motivado a lo largo de los párrafos, de forma que en cualquier momento tenga una idea más o menos clara de lo que ha leído hasta ese instante y a la vez esté interesado en continuar.

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