jueves, 5 de junio de 2008

Los Paisajes Fantásticos (X)

3. Paisajes Imaginarios.

Conocidos, por esbozados brevemente, los referentes e influencias (arquetipos, modelos) más importantes nos centraremos ahora en los lugares imaginarios nacidos de la pluma de los autores de la literatura fantástica de, concretando en un periodo determinado, los siglos XIX y XX. Lugares como Oz (El Mago de Oz, de L. Frank Baum), El País de las Maravillas (Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll), la Tierra Media (El Señor de los Anillos, de J.R.R Tolkien), Macondo (Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez), Fantasía (La Historia Interminable, de Michael Ende), Liliput (Los Viajes de Gulliver, de Johnattan Swift), El País de Nunca Jamás (Peter Pan, de J.M. Barrie), Cimmeria (Conan, de Robert Howard),... Algunos de ellos nos servirán para ilustrar géneros, categorías e incluso movimientos literarios (de hecho, la mayoría de autores de fantasía de la actualidad no dudan en calificar a Tolkien y su Tierra Media como maestro y modelo de imitación) y establecer una sencilla clasificación a partir de sus características principales.

• Modelos tipo.
Los paisajes imaginarios los podríamos categorizar en función de su orografía, de su diversidad vegetal, su clima, su biodiversidad, su hidrografía,... Lamentablemente la mayoría de los paisajes fantásticos no están lo suficientemente detallados y descritos como para poder definirlos con tanta exactitud como si pudiéramos analizar un paisaje real. Solamente Tolkien y su Tierra Media acompañó su obra literaria con un exhaustivo trabajo de creación paralela, montones y montones de documentación (que aún hoy su hijo Christopher intenta ordenar) que pretendían dar hasta los más pequeños detalles del mundo imaginario que había creado.
Por poner un ejemplo, el reino de Oz es extenso, pero la única documentación que aporta L. Frank Baum es un mapa y algunas descripciones coloristas, además de las interpretaciones que hace la película de Judy Garland, pero desconocemos su hidrografía, podemos hacernos una ligera idea de su orografía, ignoramos que extrañas criaturas pueblan el lugar (además de los pequeños munchkins, o los monos alados que sirven a la Bruja del Este) y, aún menos, sus ciclos vitales y su interacción con el medio que habitan. ¿Cómo podemos clasificar estos paisajes ficticios si desconocemos como son muchos de los aspectos que los definen? Procederemos a buscar las características principales de algunos de estos lugares (Oz, la Tierra Media, Macondo,...), de manera que sean sus semejanzas y sus diferencias las que nos permitan establecer un pequeño cuadro.
Por ejemplo, todo el mundo conoce los mapas de El Señor de los Anillos, la saga de Dragonlance y otras fantasías heroicas, sin darle un valor aparente mayor que el de una imagen ornamental, sin caer en la cuenta de que clásicos anteriores, como La Isla del Tesoro o Los Viajes de Gulliver ya recurrieron a estas “imágenes-guía”. Una observación más profunda nos descubre que estas imágenes de mapas o guías ocupan una posición destacada aunque lateral, habitualmente al principio o al final del relato, enmarcándolo o subrayando su función de guía. De hecho, se ha llegado a hablar de ficción cartográfica, pues aunque auxiliares, sin ellos sería difícil seguir el relato.
Por otro lado si que es cierto que hay una clasificación de paisajes que podría establecerse sin mucha dificultad: paisaje humanizado, paisaje no humanizado. ¿Cómo trata las ciudades, los pueblos, las aldeas, el paisaje agrícola, el territorio donde el hombre ha puesto sus manos y ha modificado el entorno existente la literatura fantástica?¿De que manera trata esta literatura el paisaje humanizado, de que forma lo imagina, que caminos toma para ”inventar”? Y ¿qué diferencia se puede percibir entre la forma de tratar estas ciudades imaginarias y el paisaje natural no humanizado?
Dos ejemplos: Tolkien y sus ciudades integradas en el mundo natural (Rivendel, La Comarca, Lorien) de las razas pacíficas y bondadosas y las ciudades sucias y destructoras del paisaje (Minas Morgul, Barad-Dur) de las razas bélicas y malvadas. O las ciudades imaginarias de Italo Calvino, desligadas del mundo, un caso individual sin relación alguna con su entorno, islas perdidas en la inmensidad.

De hecho también podemos llegar a decir que la ciencia-ficción nos habla de lugares imaginarios: lugares reales a los que el paso del tiempo y la teorificación (más o menos real, más o menos sociológica) de los acontecimientos que le afectan (que sufre, padece, vive, contempla,...) reconfigura y convierte en algo distinto, en un lugar imaginario. Es un lugar irreal e imaginado, que no existe.
Así, Los Ángeles de Blade Runner (libremente basado en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) o Metrópolis de Fritz Lang no son más que elucubraciones de sus autores sobre el aspecto de estos paisajes con el paso del tiempo. Ciudades fantásticas, lugares fantásticos urbanos. Y el Marte de las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury o el planeta Dune de Frank Herbert paisajes imaginarios ficticios emplazados en otros planetas, excusa que les libera de cualquier cadena creativa.

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