5. Conclusiones (2).
Es fácil imaginar las dificultades que tuvo Marco Polo, tras su largo periplo por Oriente, al regresar a su hogar veneciano e intentar explicar a sus conciudadanos las maravillas que había encontrado a lo largo de su viaje. La palabra, herramienta esencial en la comunicación del ser humano, no era suficiente para describir los lugares, las personas o las criaturas que había tenido visto y, a su vez, los habitantes de Venecia que escuchaban las narraciones del mercader Polo eran incapaces de hacerse una imagen exacta de lo que había visto el viajero simplemente con las descripciones aproximadas de ellas.
De la misma manera, Cristóbal Colón a su regreso del primer viaje a América, sin una bodega repleta de productos, objetos y singulares ejemplos de lo que había encontrado allende los mares, habría sido incapaz de transmitir a los Reyes Católicos la verdadera magnitud de las tierras descubiertas.
La misma sensación que podía tener el frustrado protagonista del mundo bidimensional de Flatland (de Edwin A. Abbott, 1884), A. Cuadrado intentando explicar infructuosamente a los habitantes de Planilandia que existen figuras ''de varios lados'' o los hobbits de El Señor de los Anillos al regresar a su humilde aldea de La Comarca tras pasar varios años viajando por la Tierra Media. ¿Cómo poder explicar lo que han visto solamente con la descripción narrada, con la palabra? El lenguaje, a veces, es insuficiente y por eso la adaptación de libros de literatura fantástica al cine otorga a las obras narradas una dimensión más, un ángulo nuevo de visión. Y lo mismo podría decirse de quien plasma en un cuadro su idea de un paisaje ficticio o quien se atreve a preparar una escenografía para representar en un teatro una adaptación de una obra literaria.
¿Es una decisión correcta? Mucho se ha escrito sobre la conveniencia o no de trasladar la literatura al cine (o al teatro, o al cómic, o al serial radiofónico), pero nosotros juzgamos aquí únicamente el resultado obtenido y no la ética del arte como objeto terminado o eternamente mejorable.
Así, si tomamos como ejemplo El Señor de los Anillos de J.R.R Tolkien, podemos afirmar con rotundidad que la obra literaria original estaba completa por si misma, sin necesidad de más añadidos posteriores, y que incluso los apéndices y toda la documentación que Christopher Tolkien publicó posteriormente (La Historia de la Tierra Media o El Silmarillion) eran meros accesorios. De hecho, y con toda seguridad, la mayoría de los lectores de Tolkien dibujaron en sus mentes, mediante la imaginación, su propia idea de la Tierra Media. Esta imagen individual, particular y única, seguramente entró en conflicto con los dibujos que el propio Tolkien, los hermanos Hildebrant, o John Howe, o Alan Lee, hicieron de la obra del escritor inglés. Y más aún con las voces que interpretaron la novela en los seriales radiofónicos de la BBC en los años 60. Y, finalmente, toparon directamente de bruces con los actores Liv Tyler, Viggo Mortensen, Sean Bean, Ian Mckellen, Orlando Bloom, Christopher Lee, Cate Blanchett o Elijah Wood poniendo rostro a los protagonistas de la historia.
Sentado en la oscuridad de la sala de cine más de un espectador sintió como rompían en pedazos su imagen particular de la Tierra Media, para pasar a ocupar su lugar la versión particular, ahora colectiva, del cineasta Peter Jackson.
Se suele decir que los libros (y las películas), a diferencia de la narración oral, no pueden ni crecer ni cambiar con el tiempo. Al estar registradas en un soporte seguirán siendo la misma historia ahora que dentro de cien años.
Así pues, la obra literaria es siempre una obra de arte completa que admite, por su propia naturaleza flexible, interpretaciones particulares de cada lector. Cuando un lector plasma su interpretación particular en un medio distinto (la imagen en movimiento de una película, la imagen estática de una pintura,...) se está limitando a presentar al público su visión, pero jamás la visión original del autor del texto que adapta. Le añade profundidad, le otorga a la obra literaria una dimensión más de las que tiene, una percepción más por parte de los sentidos, pero no cierra la puerta. Otros, detrás, tienen la misma libertad para ofrecer su punto de vista. ¿Acaso no ha visto la historia del cine hasta media docena de versiones de King Kong, cada una de ellas presentando su propia versión de la Isla de la Calavera donde reside el primate gigante?
La única visión original es la del creador de la obra literaria, y todos los lectores tienen una imagen particular válida, independientemente de si tienen la posibilidad (y la capacidad artística) de moldear el paisaje con la imaginación y mostrar al mundo su propia versión.
¿Podemos describir como paisaje algo que nace de la imaginación y de la fantasía en lugar de algo puramente real? En un paisaje de fantasía todo lo que se describe es una mentira. El lugar es una mera fantasía, su geología, su topografía, su ecología no existe... son fruto de la imaginación de su autor. ¿El autor, acaso está describiendo un paisaje? En otras palabras, ¿debe existir un lugar para poder ser definido como paisaje, un concepto de "lugar específico" (site-specific)? ¿la realidad es uno de los atributos que debe tener un paisaje? En nuestra opinión la respuesta es, rotundamente, no. Los paisajes escritos, descritos, no formalizados, carecen únicamente de una imagen de referencia pero beben de fuentes de inspiración reales, de modelos y arquetipos que les dan consistencia y solidez. Aún en el caso de paisajes que pongan en duda las leyes de la naturaleza, las leyes de la física o los ciclos de la vida establecidos, estos lugares no dejan de ser paisajes. Tienen sus propias reglas, las de la imaginación del autor, pero mientras respeten las normas del juego (transmitir y hacer creer al lector la existencia del lugar como escenario de una narración), el lugar existe. Un poco a la manera de Fantasía del alemán Michael Ende: mientras alguien (el protagonista Bastián Baltasar Bux) crea que el lugar existe, éste existirá y la Nada no lo invadirá.
viernes, 25 de septiembre de 2009
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1 comentario:
Ayy!!! Lo que hizo peter jackson!! Aparte de patadas a la historia de vez en cuando, recuerdo cuando vi la película y me encontré con aquél Elrond, aquella Galadriel y ese Balrog de Moria... Por poco sufro un infarto xDD. Y yo soy de los que opinan que los libros no deberían adaptarse a películas porque los lectores siempre se van a quejar. Pocos están de acuerdo con el Rincewind de la película de The Colour of Magic, o ese Arnold Schwazzeneger haciendo de Conan.
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