viernes, 25 de enero de 2008

El arte de escribir. El espacio del escritor

Encontrar el espacio ideal para un escritor es algo difícil, vital, e incluso hasta simbólico. Los hay que encuentran la inspiración en el baño, tanto sentados como estirados en una bañera humeante, y otros que necesitan salir de su ciudad y esconderse en una pequeña cabaña de madera en las montañas nevadas para arrebatar sus historias a las musas. Los hay que necesitan ruido, movimiento y actividad y los hay que necesitan absoluto silencio y tranquilidad. Aunque no todo es encerrarse, física y mentalmente, si no encontrar ese espacio donde los jugos de la creatividad fluyen con más fuerzas, sea interior o exterior. Ya lo decía Virginia Wolf: Cada uno debe encontrar su espacio, el que le ayude a concentrarse, a maximizar su creatividad.

John Cheever tenía una oficina bastante peculiar: una habitación en el sótano de su edificio de apartamentos en Park Avenue. Cada mañana se vestía para ir a la oficina y se unía a los demás en el ascensor con el maletín en la mano. Pero cuando ellos salían en la planta baja, él esperaba un piso más. Se quitaba la ropa y escribía todo el día en ropa interior, sudando, hasta que por la tarde, volvía a vestirse y subía junto con sus vecinos al apartamento.

Al Nobel alemán Günter Grass lo encontramos en su residencia museo de Lübeck, cercana a la casa que también tiene en Behlendorf. Grass tiene asimismo estudios de trabajo en Portugal, donde pasa el invierno, y en la isla danesa de Mon, su refugio de verano. En todos hay una especie de atril con ruedas en el que reposa siempre una vieja máquina de escribir, para que pueda escribir de pie, "porque para mí, escribir no es tan diferente de pintar o esculpir; escribo en bruto, como si trabajara con arcilla: introduzco irregularidades en el manuscrito y luego las voy moldeando". En Lübeck, su territorio es un desván reciclado, con vigas de madera pintadas de azul celeste y una de sus queridas Olivetti Lettera.

El premio Nobel nigeriano Wole Soyinka vive medio año en Estados Unidos, donde imparte clases en la universidad, y otro medio en su país natal. Allí se ha construido - literalmente: él ha diseñado el edifi cio dibujando los planos y ha participado en los trabajos- una gran casa en medio de la selva cercana a su aldea natal, Abeokuta. Una condición imprescindible era que en su estudio "se viera la extensa vegetación desde un amplio ventanal". Le resulta muy difícil trabajar en el bullicio de la capital, Lagos, y ha buscado una isla de tranquilidad en medio de la naturaleza. La impresión que causa el despacho es la de una obra a medias, pues son visibles los ladrillos rojos de la pared, así como el cemento que los une.

James Joyce, por el contrario, situó su oficina en mitad de la cocina y escribía obras como "Dublineses" o "Ulyses" mientras su familia charlaba o fregaba platos a su alrededor.

En Wiltshire, en plena campiña inglesa, en un punto en el que los teléfonos móviles pierden su cobertura, sir Vidia S. Naipaul tiene una finca - con riachuelo y todo- que hace honor a su fama de misántropo (ninguna indicación conduce a ella, ningún cartel la identifica, ni siquiera aparece en los mapas). La visión de la naturaleza y de las numerosas flores del jardín le relaja y ya ha renunciado totalmente a trabajar en su piso de Londres: "El ruido me impedía hacer nada, me provocaba incluso angustia física, para escribir necesito silencio absoluto". En el interior de esta casa de ladrillo rojo y estucos, encontramos su estudio, en el que pipas, sombreros y cuadernos de notas ocupan un lugar destacado, mientras en las paredes se suceden los cuadros de colores alegres.

J.K. Rowling, la escritora de la saga del niño mago Harry Potter, empezó a escribir las aventuras en un bar de Edimburgo, mientras tomaba café caliente y su hija dormía a su lado. Hoy se lamenta de ser demasiado conocida y no poder sentarse en un café anónimamente para continuar la última de sus novelas.

En medio del barrio residencial de Setagaya, en la megalópolis de Tokio, se yergue la casa de Kenzaburo Oé, sobre la que pende, amenazadora, una tupida red de tendido eléctrico. El frenético cableado de la atmósfera exterior contrasta con la tranquilidad zen de la sala principal de la casa, a la que uno accede tras descalzarse en la entrada y que es a la vez comedor, sala de estar y despacho del escritor. Lo más insólito de Oé es que no necesita aislarse en ningún lugar para trabajar: lo hace en un secreter cercano a la mesa del comedor, de espaldas a la ventana, y en muchas ocasiones en la misma mesa del comedor. Unos muebles de madera separan ligeramente una zona de otra.

La leyenda cuenta que Henri Gauthier-Villars encerraba cada mañana a su esposa Colette, la novelista francesa, en una habitación hasta que no escribía un número de palabras determinado. Este encarcelamiento diario la obligó a escribir sus escandalosas, para la época, novelas sobre Claudine y la convirtieron en novelista famosa en muy poco tiempo.

Ernest Hemingway tenía otra curiosa manía, que era la de escribir de pie en un escritorio alto y contar en fichas bien organizadas el número de palabras escritas al finalizar el día.

El escritor turco Orhan Pamuk tiene un pequeño piso en el barrio de Cihangir, en Estambul, que utiliza como estudio y en el que reina un desorden amable y controlado, como si estuviera habitado por estudiantes. Con constantes visitas a la cocina, donde hierve sin parar la cafetera, Pamuk parece escribir al dictado de la vista de su ventana, por la que entra toda la majestuosidad del Bósforo. El Bósforo - ese estrecho que comunica los mares Negro y de Mármara- "separa, según dicen, las dos almas de Turquía: la occidental y la oriental, y ese es justo el tema de mi obra". Y, en este despacho, todo se orienta hacia el Bósforo: las sillas, la mesa de trabajo, los sofás, la disposición de los muebles...

Sin abarrotar nuestra mesa de trabajo, no hay que olvidar esos objetos y situaciones que propiciarán nuestra escritura y nos ayudarán a desarrollarla. A saber:

- Un espacio de trabajo silencioso y, a ser posible, solitario.
- Una serie de diccionarios prestos a consultarse ante cualquier duda. Aquellos que serán de especial utilidad al escritor son: un diccionario ideológico, un diccionario de sinónimos y antónimos, un buen diccionario de uso y el de la RAE.
- Material diverso de consulta. La documentación para un relato o novela puede salir de los más variados lugares. Nunca viene mal al escritor guardar todos aquellos papelitos, periódicos, recortes, diarios, libretas... que le llamen la atención o haya ido escribiendo.
- Internet. Otra herramienta tremendamente útil para quien escribe es Internet. Por medio de los buscadores se puede acceder desde a la expresión correcta de un nombre extranjero hasta a información sobre casi cualquier tema; desde a la solución de dudas lingüísticas hasta a citas o distintos registros del lenguaje.

A la hora de planificar su propio espacio de trabajo también es importante considerar todo lo que la ergonomía, la disciplina que busca ajustar el ambiente de trabajo al individuo, implica: promover sanas posturas corporales para realizar las diferentes tareas.

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