domingo, 6 de abril de 2008

Los Paisajes Fantásticos (VI)

• Más Referentes e influencias.

- El Paraíso.
En la Biblia, el paraíso designa originalmente al vergel donde Dios coloca a Adán tras crearlo:

Y Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Génesis 2:8

La palabra Edén suele ser utilizado como sinónimo de Paraíso, sin embargo la palabra Paraíso originalmente se refiere a un bello jardín extenso; mientras que Edén, es una palabra de origen akkadiano (un pueblo de raíz semita), cuyo significado se refiere a un lugar puro y natural. Así, Edén se refiere más bien a una región geográfica, mientras que el Paraíso se refiere a un lugar más específico (un huerto o jardín situado en la parte oriental de dicha región).

Parece ser que este jardín ideal que se relata en la Biblia se inspira en un texto anterior, escrito por los sumerios y luego retomado por los semitas de Babilonia, donde se hace alusión al “País de los vivos”, situado al sudeste de Persia y regado por los cuatro ríos. El Génesis II, 10-14 dice: “Salía del Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos. El primero se llamaba Pisón […]. El segundo se llama Guijón […]. El tercero se llama Tigres […]; el cuarto es el Éufrate”. Vemos, pues, que el Edén se sitúa en un lugar geográfico muy concreto: en una región de Oriente Medio, al este del actual Israel, situándose de este modo en algún lugar de Mesopotamia o de Arabia, junto al nacimiento del río Pisón, que se dice, rodeó toda la tierra de Havila; el río Gihón, que habría rodeado toda la tierra de Cus; el río Hidekel (río Tigris); que iría al oriente de Asiria ; y el río Éufrates.
De hecho, otros historiadores ubican el Jardín del Edén lejos de los tres ríos, en la ribera noroeste del río Jordán, en una zona de Jordania conocida como Beysan (Beth-shean)
Sin embargo, en el Nuevo Testamento se llama así al «tercer cielo» al que San Pablo es conducido en éxtasis y a la morada eterna donde vivirán los justos.
Para los hombres de la antigüedad, el Paraíso era la más bella representación del Más Allá, cuya figura simbólica habitual es un jardín maravilloso. Este jardín, situado en el centro del cosmos, era el fin último del hombre. Sin embargo, en los relatos de la Biblia, aparece en el principio de los tiempos.
Otros lugares mencionados en el Antiguo Testamento, pese al velo de leyenda que envuelve a la narración, ha sido posible ubicarlos en localizaciones exactas de la meseta jordana: Betania (lugar en el que se estableció Juan Bautista y Jesús fue bautizado) en Tell al-Jarrar, Mukawir (donde Herodes apresó y mandó decapitar a Juan Bautista tras la danza de Salomé) en Masada, Sodoma y Gomorra como parte de la pentápolis de las riberas del Mar Muerto llamadas Bab ed-Dhra y Tell Numeira...

En Persia (y posiblemente antes, en Mesopotamia) el término de Paraíso no sólo se aplicaba a jardines «paisajísticos» sino especialmente a tierras de caza real, la forma más primitiva de reserva salvaje. En diversas culturas en contacto con la naturaleza, el paraíso se describe como una tierra de caza eterna, y no sólo en las relativamente primitivas (por ejemplo los nativos americanos) sino también en las más avanzadas y esencialmente agrícolas (por ejemplo los Campos de Ialu egipcios o los Campos Elíseos griegos).

- La Atlántida.
Una isla remota y fantástica en la que habitaba una raza feliz bajo un gobierno justo, un viejo mito que Platón recogió durante la Atenas democrática del s.IV a.C. para enunciar su concepto de Estado ideal y que ha llegado a nuestros días como leyenda de un mundo utópico.
La historia de la gigantesca isla situada al occidente de las Columnas de Hércules, el actual estrecho de Gibraltar (entre el peñón y el monte Hacho, en Ceuta), que desapareció en el curso de un día y una noche ha capturado durante siglos la imaginación de los hombres y a servido a soñadores y imaginativos historiadores para justificar todo tipo de teorías.
Su origen se encuentra en dos diálogos de Platón, Timeo y Critias (parte de una trilogía inacabada junto a La República), donde se habla de la ciudad de Calípolis (utópica ciudad ideal imaginada por Platón), Atenas (la ciudad estado griega de Pericles, despreciada por Platón) y la mítica Atlántida. Critias y Timeo han llegado a nuestros días de forma fragmentada, y supuestamente se basa en la documentación del gran legislador ateniense Solón que había recibido la historia directamente de sacerdotes egipcios.
La Atlántida era un archipiélago, cuya mayor isla tenía una llanura fértil y extensa de forma oblonga y de más de mil metros cuadrados, orientada hacia el sur y rodeada por escarpadas montañas que la resguardaban de los fríos vientos del norte. Un sistema de canales procuraba suficiente agua como para abastecer la capital de la isla y permitir dos cosechas anuales.
En el centro de la planicie, a diez kilómetros del mar, se levantaba una colina donde residía el rey, se ubicaba la acrópolis, un templo dedicado a las divinidades tutelares de la Atlántida (Clito y Poseidón) con una muralla de oro y un templo dedicado a Poseidón revestido de plata y cubierto por cúpulas de oro, rodeada por una sucesión de tres anillos alternos de agua y tierra. Para permitir la comunicación entre ellos los talantes habían construido puentes y una red de carreteras radiales y un canal central que comunicaba el círculo exterior con el mar (10 kilómetros de longitud, 89 metros de ancho y 30 de profundidad).
En la isla central, además de los edificios mencionados, también se levantaba un estadio y un hipódromo. Para el suministro de agua, los talantes habían construido acueductos, cisternas y baños. Las casas estaban hechas de diferentes piedras que otorgaban a la ciudad el aspecto de un conjunto multicolor.
Ni Platón ni su discípulo Aristóteles ni ningún testimonio contemporáneo rechazan la historia narrada como mera ficción, y es imposible saber si Platón realmente tuvo acceso a documentación que hablara acerca de esta civilización perdida.
Además de Platón, autores como Luigi Motta (en Il tunnel sottomarino, de 1927), Pierre Bemoit (en L’Atlantide, de 1919) o Arthur Conan Doyle (en The Maracop Deep, de 1929) también ubicaron sus narraciones en este lugar.
Como curiosidad es pertinente comentar que Alfred Rosenberg, ideólogo del nazismo alemán, la identificó con la fabulosa isla de Tule y la consideró patria originaria de la raza aria.

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