miércoles, 24 de junio de 2009

Los Paisajes Fantásticos (XXI)

5. Conclusiones.

Nuestra limitada geografía nunca fue suficiente para toda la aventura que la raza humana llevaba en el interior. Al principio parecía que más allá de las Columnas de Hércules o Persia, cruzado el límite del mundo conocido por la cultura occidental, se extendía un universo en el que todo era posible, y que Plinio el Viejo o Marco Polo solamente lo habían esbozado brevemente. Pero hoy, a principios del siglo XXI, hasta la última terra incognita de nuestro planeta está trazada en un mapa, bautizado cada valle y cada montaña, desde el oscuro fondo del océano Pacífico hasta los picos helados de la Antártida. Viajar ya no consiste en descubrir sino en confirmar la información de un mapa.
Y quizá por eso, por añoranza de lo inesperado, de la aventura, del descubrimiento de lugares jamás pisados, seguimos buscando en la literatura fantástica o en la cinematografía esas regiones que no caben en el mundo, que nos siguen despertando ese instinto propio la raza humana de ir siempre un poco más allá, un poco más lejos. New York, Tokio o Barcelona son, sin duda, ciudades extraordinarias pero no pueden compararse al esplendor de la Ciudad Esmeralda de Oz o a la belleza del enclave élfico de Rivendel; Noruega o México interesan al turista, pero palidecen ante las maravillas del mundo de Narnia o la isla del Dr. Moreau. Y los conflictos políticos de Iraq o Perú son terribles pero transitorios, frente a las inmortales luchas entre Mordor y Gondor o del país de Zenda. Y es que la realidad carece de imaginación y son los novelistas de lo fantástico y los poetas quienes han abierto nuevos espacios geográficos donde lo extraordinario convive con lo imposible. Son los lugares imaginarios, estos paisajes que hemos explorado en este artículo, aunque obviando algunos cuya irrealidad es cuestionable, lugares que solamente existen en un futuro ficticio, lugares de otros planetas cuya geografía aún desconocemos o los lugares del cielo y el infierno (cuya inclusión nos hubiera llevado más cerca de la teología que del análisis del paisaje literario). Sea como sea, aún con estas exclusiones, la geografía imaginaria abarca campos infinitos.

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